• 06/04/2020

Ahorrar, ahorrar más y destrozar...

Ernst Prost, el director gerente, argumenta en su circular por qué el "emprendimiento clásico" no es apto para un sistema de salud público a prueba de crisis

Queridos compañeros y compañeras:

Si en estos días no estoy pensando en qué podemos hacer en nuestro trabajo para sobrevivir, entonces estoy sumergido en reflexiones sobre todo lo que ha salido mal en esta crisis. Hasta los niños de preescolar saben ya que se nos van a echar encima epidemias y pandemias. Entonces, ¿por qué nos ha golpeado todo esto de una manera tan bestial totalmente despistados y desprevenidos?

En octubre de 2018, cuando mi hijo Benjamín estuvo hospitalizado varisa semanas en el hospital, tuve oportunidad de ver de cerca nuestro sistema sanitario. No precisamente a través de vistosos catálogos a todo color, sino gracias a una enfermera que se ocupaba en el turno de noche de 18 habitaciones con dos pacientes en cada una. Más de uno tenía que tocar insistentemente el timbre hasta que apareciera alguien que le limpiara el trasero... Muchos enfermeras y cuidadores se quedaban hasta muy tarde en planta y muy temprano al día siguiente ya estaban de nuevo por allí (espero que no sigan así). También tenían que lidiar con picos, cuando los fines de semana llegaban constantemente helicópteros con motoristas accidentados.

Todos los días me preguntaba qué ocurriría si un día pasaba una enorme catástrofe y que de golpe cientos, miles o decenas de miles de personas tuvieran que recibir tratamiento médico exhaustivo, por cuestión de vida o muerte. Como ahora con esta nuestra pandemia...

Como suabo de pura cepa, también me gusta ahorrar. Pero no ahorrar para destrozar... Es una vergüenza ver lo mal que pagamos a las personas que nos operan o que nos limpian el trasero. No podemos esperar, que esto se haga por puro amor al prójimo o por disposición a ayudar, aunque este sea muchas veces el caso, que esta tarea gigantesca se lleve a cabo, sin que quienes la realicen se lleven un salario digno. Esto es obsceno, injusto y, como vemos ahora, de una estupidez supina. Este pequeño virus nos costará al mundo entero 1, 2 o incluso 3 billones de euros. Pero estos estragos no los causa el virus, sino la visión cortoplacista de aquellos que han asumido la autoridad pública y no han logrado evitar que una epidemia o pandemia ponga en jaque de golpe a todo el planeta.

Y ahora hay que ingeniar a toda prisa respiradores, conseguir camas, transformar pabellones, recintos feriales, parques urbanos en hospitales de campaña y también en morgues. Si anteriormente se hubiese invertido a tiempo en prevención, sistemas de alerta temprana y medidas de emergencia de alcance global tan solo una fracción de todo el dinero que ahora se destina a la adquisición de mascarillas EPI a precios exorbitados, no perderíamos a tanta gente, no sufriríamos tanto dolor y no tendríamos que lamentar tantas víctimas mortales. Ahorrar, ahorrar más y destrozar. Una equivocación tremenda en el plano humano y en lo económico, una catástrofe. En colaboración con nuestros amigos y socios griegos estamos ayudando a que nuestros productos mantengan o dejen las ambulancias listas para el servicio. En este país ya no queda prácticamente nada que funcione bien, después de una década de austeridad férrea, en la que las personas han sufrido mucho, sobre todo los que ya estaban en situación precaria.

Hay ciertas funciones e instituciones esenciales, de las que dependemos los seres humanos para sobrevivir, que no pueden estar en manos de genios de las matemáticas al servicio del sector privado, interventores y tacaños y, menos aún, caer en las garras de viles buitres a los que solo preocupan los beneficios y cómo hacer mucho dinero con la enfermedad y la miseria de las personas. Me encanta la economía libre de mercado. Pero la emprendeduría clásica no es capaz de conformar un sistema de salud público que pueda estar preparado para catástrofes y crisis. Alguien tiene que hacer prevalecer el bien común sobre todas las cosas. Y eso se llama Estado. Y solo puede ser el Estado. ¿Quién si no puede velar por la salud de 82 millones de personas (en Alemania) y, a la vez, por la remuneración justa de las personas que realizan esta tarea y garantizan su cumplimiento en todo momento?

¡Cuide su salud!

Su

Ernst Prost

Gerente